Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Etiqueta: Reflexión

Recuerdos

Recuerdos

A veces nos vienen a la mente recuerdos tan tontos que no sabes ni por qué están ahí. Pero forman parte de tu infancia de una forma tan fuerte que sería estúpido querer dejar de recordarlos -e iluso por otra parte, nosotros no elegimos eso-. Hoy me ha venido a la mente el recuerdo de cómo mi padre preparaba el «choricillo al infierno». En mi frágil mente era todo un acontecimiento, comparado al más grande de los sucesos de la historia. Me he acordado de cómo me lo decía -seguro que para él tan solo sería una comida más de nuestra carta semanal- y cómo yo lo interpretaba como un auténtico regalo. También me acuerdo del plato de barro que utilizaba para ello, que para mí era como ancestral y nada más podía preparse sobre él. El momento que más me embelesaba era el de rociar el chorizo de alcohol y ver a mi padre con el mechero encendiéndolo y convertir en el proceso al chorizo en un montón de llamas. Me parecía hasta imposible que algo pudiera cocinarse así, ardiendo en llamas. Pero lo hacía. Y nunca reconocí que el sabor me parecía demasiado fuerte para mi paladar todavía infantil, pero lo devoraba como con pasión porque era mi padre el que lo había preparado.

Recuerdos así me hacen sentirme vivo.

 

Mi patria

Mi patria

Mi patria es el corazón de mis amigos. Una patria por la que moriría. Mi bandera son mis seres queridos. Una bandera sobre la que yacería. No creo en trozos de tela que quieren expresar mucho y no son capaces de llegar al alma de todos. La patria exigiría fiel y completa pasión por ella; son necios si pretenden que una entidad fantasma, dios de naciones, pueda conseguir tal misión. El vínculo que tengo con su patria es tan débil que soy capaz de caminar sobre el lecho de mentiras que deja ante su arrastre agónico. Tampoco creo en falsas promesas. El único independentismo en el que creo es en el de separarnos de nuestros miedos. Y esa revolución deseo y espero que sea violenta en todos sus aspectos.

Sin límites

Sin límites

Hacía tiempo que no me sentía tan cómodo escribiendo algo. ¿Y por qué? Porque me he desprendido de todo. Siempre he tenido ciertas reticencias sobre dejarme llevar demasiado con la escritura. Siempre hay un biombo en el que nos ocultamos para no ser nosotros mismos. Aunque no nos demos cuenta la «norma», lo «bueno», lo «valorable» ha calado demasiado en nosotros, y sin querer nosotros mismos nos censuramos a la hora de dejarnos llevar por lo que escribimos. Consideramos a los «clásicos», algo intocable, dignos de admiración y paradigmas de la buena escritura. Hay que imitarlos por encima de lo que deseamos ser. No premiamos el impulso interno, nuestra esencia más clara. Y también tenemos miedo a expresar lo que somos. Nos hacen creer que una vida digna es la que genera un trabajo que será recordado; y esto es la mayor de las mentiras. Una buena vida es aquella en la que disfrutamos haciendo lo que nos gusta y rodeándonos de los que adoramos. No debemos preocuparnos por un futuro que ni tan siquiera sabemos si existirá.

Pero esta vez no se lo he permitido a mi mente. Estoy disfrutando de una escritura casi automática, iniciando una narración por la que algunos me podrían tildar de loco de la cabeza. Solo la entenderé yo y la persona a la que va dirigida -somos igualmente de tontos-, y la vamos a disfrutar como el mejor clásico de los clásicos o el mejor best-seller de los best-seller. Y habré triunfado, porque ese es el objetivo de la literatura.

Sigo sin saber escribir

Sigo sin saber escribir

A veces no sé qué escribir, y me asusto. Corro más rápido que las balas, me descompongo mejor que los cadáveres y doy mejor sombra que el sol, pero sigo sin saber qué escribir. Algo se llena, y se llena, y se llena, y se llena, y se llena, que ojalá explotase, pero sé que no va a hacerlo. Explotar en mil pedazos sería bonito; tendría un fin, un objetivo. Es un globo eterno, nube de veneno, que me llena por dentro. Dentro de mí cabe todo, una perfección de plenitud negra. Y sigo sin saber escribir. Sigo sin saber escribir, porque si supiera hacerlo, hubiese escrito esa carta de despedida hace mucho tiempo… Por ahora tan solo un prólogo.

Ocurrirá

Ocurrirá

Iremos a veranear a La Antártida porque hará algo de fresco. Los árboles se habrán levantado de sus raíces y migrarán a otros planetas. Eran una especie de extensión cancerígena de ellos, infectada fatalmente cuando llegaron. Estaban esperando pacientes a que algo bueno sucediese, pero se cansaron y finalmente se marcharon. Los pájaros pequeños así lo hicieron con ellos, mientras que los grandes les dirigían en su gran viaje. Los mamíferos se agarraron los que pudieron, se inmolaron los que tuvieron suerte, perecieron los más. En los zoológicos tan solo quedarán árboles exóticos que aburrían por su cantidad a las gentes pasadas:

-¿Mamá, ese árbol qué es?

-Un olivo hijo. Dicen que las gentes pasadas sacaban una extraña bebida del interior de su fruto.

-¿Fruto?, ¿qué es eso mamá?

-No lo sé hijo, eso es lo que dicen las habladurías…

La odisea quedó para nosotros desde luego.

Mis fuegos artificiales

Mis fuegos artificiales

Ayer viendo los fuegos artificiales me vinieron a la mente recuerdos de cuando los iba a ver junto a mis padres. Tonterías infantiles, sueños imposibles donde yo era el dios que preparaba y ejecutaba todo ese despligue de color y sonido. Me da vergüenza hasta decirlo, pero supongo que no tengo nada de lo que avergonzarme, pues todos habremos creado esos juegos cuando éramos pequeños. Desde niño siempre he sido muy fan del videojuego «Half Life». Me pasaba horas y horas tanto jugando como observando atentamente a mi hermano hacerlo. Cuando estaba con mis padres viendo los fuegos artificiales, me montaba la historia de que los extraterrestres que aparecen en ese juego en cuestión querían conquistar la tierra, pero yo y una resistencia nos dedicábamos a preparar una defensa. Esa defensa eran los fuegos artificiales, que destrozaban todos los intentos de los seres malvados por conquistarnos. Pero claro, no queríamos que todas las personas ajenas a la resistencia se asustaran con la llegada de los alienígenas, por lo que optábamos por decorar ese fuego de artillería y convertirlos en fuegos artificiales. Funcionaba. Y recuerdo con mucho cariño como me lo creía todo de bien. Era un director de orquesta. No me lo imaginaba, sino que ocurría en ese mismo instante en directo. Yo de verdad estaba defendiendo a los débiles habitantes de La Tierra de esa amenaza exterior. Y me sentía grande, gigante, con la capacidad de un dios. Capaz de parar cualquier cosa que se me pasara por delante. Son tesoros de la infancia que con el paso de los años desaparecen a fuerza de madurar…