Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Mes: diciembre 2016

Reflexiones desde Málaga IV

Reflexiones desde Málaga IV

Intento preservar mis memorias robando libros. No me entendáis mal, mi abuela me dio permiso para robar, no sé si por indiferencia o por librarle de malos recuerdos. Mi robo predilecto, lento pero efectivo, es el de una serie enciclopédica para adolescentes de los 80s con portada roja. No lo robo por su contenido, a día de hoy anticuado, infantiloide e inservible, sino por su olor. Ese olor, irrepetible, a libro antiguo mezclado con recuerdos de oro, es vida. He adivinado ese olor, parecido, no igual, en otros libros, y todos ellos eran importantes para sus dueños. ¿Es acaso el olor del cariño?

Además no es solo un olor, es un símbolo. Un símbolo de cuando los libros solo eran libros. Para mí no existían ni los tratados políticos ni los de brujería. Ni tan siquiera los libros de texto o los cuentos. Esos libros eran la experiencia primera de un amor que nadie podría entender en el futuro. Eran una compleja ecuación que muchos aún a día de hoy continúan intentando resolver –pese a que muchos sabemos que no tiene solución-.

Tengo miedo de que se trate de un secuestro por mi parte, pero los necesito a mi lado. Dejarlos a la intemperie de una terraza con el viento de levante desgarrando sus páginas siempre me ha parecido un desperdicio para los recuerdos de muchas personas.

Reflexiones desde Málaga III

Reflexiones desde Málaga III

Era cabezón, de testa hermosa por decirlo bonito, con orejas pequeñas y puntiagudas –que aún conservo-, y de enorme frente –a la que se han incluido bultos sobre las cejas-. Han pasado muchas cosas… Rotura de un hueso, fisuras en mil sitios, golpes hospitalarios en la cabeza, doquier por malformaciones, problemas vertebrales en el testículo, cicatrices demasiado pequeñas, dolores de viejo en las piernas, pies en forma de meandro, estómago de rumiante; las enfermeras se asombran de los veintiún años bien pasados. Pero en esencia sigo siendo el mismo: pies pequeños, mirada fija pero enjuta, labios carnosos y piel clara. Los cambios apenas son unos kilos de más, unos centímetros capilares de sobra y problemas pretendidos por capricho.

En otro orden de cosas, el gotelé que recuerdo no es el que hay ahora, mejor en todos los sentidos. Pero es como esas realidades, que aunque mejoradas, se recuerdan con más fervor en el pasado. Aquel gotelé era puntiagudo, mal echado, casi prehistórico, pero era el que mis pequeñas manos rozaban con cariño, doliéndome, recordándolo. Era un mar blanco, como la mar picada, que aunque fea, enternece y admira. El de ahora, bueno, es más bonito, más cómodo y más útil, pero no es lo que quiero.

Reflexiones desde Málaga II

Reflexiones desde Málaga II

Hay casas que mantienen su esencia tanto como sus personas. Ciertos rincones donde ves a seres, no tan queridos pero sí presentes, aparecerse cuando hace ya demasiado tiempo que partieron a no sé dónde. Todo viene a mi mente con una mezcla de felicidad, por lo que he vivido, y de añoranza, por miedo a creer que aquello jamás se repetirá con tal algarabía.

Prefiero la ignorancia de quién era aquel señor de rojo. Prefiero esas rejas, incómodas e inservibles, pero con las que jugaban mis dedos infantiles y dudosos. Prefiero esas noches de ocas interminables a respirar la tensión del momento. Prefiero perderme en mis pensamientos, mientras que mi familia, ajena a lo que pienso, espera ansiosa en la terraza de un bar. Añoro la ilusión de un simple helado. Añoro el miedo de que el payaso con escoba aparezca por detrás de mi espalda. Añoro dormir con mis padres y sentirme seguro. Añoro los gritos de los camareros y preguntarme si de verdad era necesario eso. Si hasta extraño un simple campero, campero que ayer me supo distinto.

Añoro tantas cosas que sé que no van a volver… Pero bueno, supongo que así tiene que ser. Si volvieran dejarían de ser especiales.

Reflexiones desde Málaga

Reflexiones desde Málaga

Cuando me encuentro en Málaga siempre pienso en las abuelas, nuestras abuelas. Málaga tiene cara arrugada, como su mar, y siempre te recoge de forma apacible. No te desdeña.

Siempre se las arreglan para, en todas las épocas, ser esa parte de la familia que lo ha perdido todo. Un lugar, un ser querido… o la propia vida a medida del paso del tiempo. Esa presteza por ofrecerte lo que tú aún desconoces que necesitas, ese apremio por servir sin necesidad de tener que hacerlo, ese amor que dan aunque no sea merecido. ¿Acaso son los seres perfectos?

Una vida mirando a través de ojos que no son suyos, desatendiendo las penurias propias por llenar de ofrendas las ajenas. Siempre serán esas olvidadas, hijas esclavas de una sociedad que no las merecía, hijas perdidas de una sociedad enferma.

Llevando a cuestas la escusa malsana del mundo que les rodea. Meciendo con cariño un voto de silencio impuesto, que de romperse, enmudecería por siempre lo que nos queda. Cargando una responsabilidad que les queda grande, pero que ellas se afanan por convertir en inmunda.

Ay Málaga, no me dejes nunca, que eso significaría la ausencia de algo que debería ser imperecedero.