Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Las tardes que pasaban como un domingo

Las tardes que pasaban como un domingo

Miro al marco de la ventana y vuelvo a ver el resto de telarañas, olvidadas allí por una mezcla de pereza y compasión de niño pequeño. Los días de limpieza siempre me lanzaba hacia ese esquema de trampa natural, dispuesto a arrebatarle su último resquicio de salvajismo urbano. Pero, en el último momento, un fragmento de culpabilidad me devora por dentro. Esa araña ya no está, acaso petrificada en alguna esquina olvidada por el paso del tiempo, pero me mira. No está ahí, pero siento como ese ocho alquímico me culpa de todo. En esos nudos formados por la tenacidad de la oscuridad se balancean los destinos de aquellas almas indefensas. Todas sus voces se juntan en una, atosigando mi alma, que huye de todos los conflictos. Esos susurros consiguen atraparme como a una presa. Indefenso, bajo la mirada hacia varias motas de polvo que se creían libres de todo castigo. Las fulmino a ellas sabiendo que son la excusa de mi cobardía. Y casi de forma eterna aquella bandera sigue ondeando en esa ventana, saliendo victoriosa de cada batalla con el destino de un plumero

2 respuestas a «Las tardes que pasaban como un domingo»

  1. La nostalgia de un escrito en su estado más puro, me paso lo mismo mientras revisaba unos discos; llegué a pensar que quizá nunca se dusfrutan esos momentos como cuando los deseas en el pasado.

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