Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

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Las tardes que pasaban como un domingo

Las tardes que pasaban como un domingo

Miro al marco de la ventana y vuelvo a ver el resto de telarañas, olvidadas allí por una mezcla de pereza y compasión de niño pequeño. Los días de limpieza siempre me lanzaba hacia ese esquema de trampa natural, dispuesto a arrebatarle su último resquicio de salvajismo urbano. Pero, en el último momento, un fragmento de culpabilidad me devora por dentro. Esa araña ya no está, acaso petrificada en alguna esquina olvidada por el paso del tiempo, pero me mira. No está ahí, pero siento como ese ocho alquímico me culpa de todo. En esos nudos formados por la tenacidad de la oscuridad se balancean los destinos de aquellas almas indefensas. Todas sus voces se juntan en una, atosigando mi alma, que huye de todos los conflictos. Esos susurros consiguen atraparme como a una presa. Indefenso, bajo la mirada hacia varias motas de polvo que se creían libres de todo castigo. Las fulmino a ellas sabiendo que son la excusa de mi cobardía. Y casi de forma eterna aquella bandera sigue ondeando en esa ventana, saliendo victoriosa de cada batalla con el destino de un plumero

Frontera

Frontera

Estamos en la frontera de una nueva década que golpea con la fuerza de un siglo pero que se desvanece como la tarde de un domingo. El tiempo pasa pesadamente rápido y a veces da miedo la velocidad a la que se acerca el futuro. Las exigencias personales juegan en nuestra contra y aterra saber que a lo mejor un día futuro uno mira atrás y, sorprendiéndose, no está contento con lo conseguido (o no ha conseguido lo que le pone contento). Es terrible la posibilidad de fallarse por algo que ni siquiera ha ocurrido. O crear algo que no tendría que suceder. O querer algo que no va a aparecer. U obtener logros sin a nadie querer. Simplemente es terrible tener que mirar tanto al futuro porque lo que nos sostiene ni siquiera ha pasado. Somos una generación que va a ciegas hacia la oscuridad. Quiero decir, da igual que abramos los ojos, que nos han quitado la luz y temo que no sepamos recuperarla.

Samuel Cerdera García

Estimada madre:

Estimada madre:

Le escribo desde la tranquilidad que da la noche. Al parecer (me he enterado hoy), los aviones no se fían de hacer sus bombardeos con la luz de la luna por la baja visibilidad, vaya a ser que hieran a los suyos. Jah… Los suyos, como si nosotros no fuésemos de los suyos, ¿verdad madre? Ahí tenemos a Marquitos, luchando con los otros, y él sigue siendo tan mío como cuando éramos chicos. Suyos, nuestros, no llego a entenderlo del todo, la verdad.

Tampoco llego a comprender del todo esos discursos que echan por la radio o los que nos dan los señores que vienen con traje. Dicen muchas palabras pero a mí todo me suena a guerra, a odiar y a que sigamos disparando. Y a mí eso de disparar no me place. Ya sabes madre que en el pueblo era de los mejores cazadores, que nada me gustaba más que disparar a perdices, codornices, y cuando era época, a los venaos… Pero es que eso es distinto. Madre, creo que he matado a un hombre. Fue la semana pasada. Se me puso en el punto de mira y disparé. Pura costumbre. No sé ya cuántos cargadores llevaré gastados, aquello fue un tiro sin querer. Al principio no le di más importancia de la que tiene, simplemente vi desaparecer al hombre. Pero luego por las noches la imagen me venía una y otra vez a la mente. ¿Y si ese hubiese sido Marquitos? Sé que no, aquel hombre era menudo y ya sabemos todos lo alto que está Marquitos, pero… Pudiera haber sido él. Mi dedo fue más rápido que mi mente. No hubiese podido detener aquel tiro. Nada de esto tiene sentido.

Nos dicen que sigamos, que vamos ganando terreno, que es mejor para nosotros y que el enemigo es peor que Belcebú. Que ya sabe usted madre que me metí en esto por algo. Que se nos estaba quedando mal sitio para vivir y que el cambio era necesario. Y quería defenderles a ustedes. Que sigo creyendo que todo esto es por el bien común, que dentro de los otros hay malcriados que no tienen respeto por nada… Pero ojalá hubiera una manera más humana. Eso es lo que estoy sintiendo madre, que se nos va la humanidad poco a poco en cada tiro que pegamos. Que puede que ganemos esto, que puede que dentro de muchos años la excusa de tanta sangre derramada nos alivie… Pero, ¿podré olvidar alguna vez todo lo que he visto? No quiero darle detalles porque prefiero que solo sepa lo necesario, pero ya le digo que nada de lo que he visto podría jamás merecer ninguna excusa.

Pero yo no puedo hacer nada. Ojalá toda esta pasión se utilizase en hacer todo de mejor manera. Luchar por lo que de verdad merece la pena perder sangre. Yo lucharía por usted, madre, y por toda la familia. Y en parte eso pretendo, que no lleguen hasta donde están ustedes. Pero aquí no se lucha ni por el bien común ni por los seres queridos. Aquí se lucha por ideas que yo no entiendo. Que si unas banderas, territorios. En el pueblo solo entendemos de tierra, ¿verdad madre? y quien me diga que su bandera no es otra sino el sol, es un necio. Se me queda grande esta guerra.

Más adelante en esta semana le escribiré algo más largo, que ahora ya me están echando la bronca por utilizar la linterna a estas horas. No dejo dormir a los compañeros quiero decir. Como siempre le digo, todos los besos que se pueda imaginar se quedan cortos. Cuídese y salga poco a la calle; las personas ya no son las mismas después de tanto odio. Espero volver a verla pronto, pero es un deseo iluso. Esta guerra, aunque termine, durará siempre. Si Marquitos escribe por fin, que seguro que lo hará, dígale que su hermano mayor piensa en él todos los días. Que si me ve no dispare a matar, que con darme en un pie es suficiente.

Hasta pronto madre.

Reflexiones de una vida sin experiencia

Reflexiones de una vida sin experiencia

Dentro de un mes, casi exacto, se me ha dado la oportunidad de hacer una pequeña presentación de mi primer poemario, ya sabéis, el ‘estacionario’. Todo se encuadra en una serie de presentaciones y actividades pertenecientes al conocido «Agosto Clandestino», ciclo logroñés sobre poesía. Estos días he estado asistiendo a varias de estas exposiciones y me he dado cuenta de una cosa: soy muy joven.

Ante mí han pasado multitud de autores de renombre, pero sobre todo, autores con una edad. Cuentan sus experiencias, sus vivencias, sus viajes. Si algunos hasta tienen hijos o colaboran con importante medios. Y yo me quedo pensando… ¿Qué les va a contar un retaco de 24 años? Un retaco que no llega al cuarto de siglo y que no ha salido en su vida de la ciudad en la que siempre ha vivido. Alguien que su experiencia vital es la propia de una persona de Logroño; escasa.

Tampoco me he puesto nervioso porque sé que me he hecho a mí mismo como un ser sin vergüenza, pero va a ser curioso ver cómo les cuento una chapada sin importancia a personas con una experiencia vital interesantísima, mucho más que la mía. Personas que veo que escriben, en parte, para crear belleza, cuando para mí es un ejercicio absolutamente egoísta; escribo porque si no me ahogo. Aunque supongo que para estas cosas de la poesía las experiencias que más valen son las de dentro, las que cuesta plasmar en papel, y para eso el viaje es más o menos infinito dentro de todos nosotros. En ese aspecto, viajar, he viajado.