Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Mes: octubre 2018

Los Hermanos Fossores

Los Hermanos Fossores

Vivimos por y para el cementerio. Somos los Hermanos Fossores de la Misericordia. La gente cree comúnmente que nuestro origen es antiquísimo, pero nuestra orden se fundó hace apenas poco más de medio siglo. Por supuesto que nadie entiende por qué nos dedicamos a esto, yo tampoco lo entendía hasta que mi padre, que también lo fue, me llevó un día con él a “trabajar” al camposanto. De día nuestra labor, como me gusta más a mi llamarla, consiste en dar entierro a los muertos, rezar por sus almas así como por las de los vivos. Cuidamos el cementerio, regamos las flores e incluso a veces ayudamos en la administración.  De día no somos más que unos funcionarios religiosos. Es por la noche cuando uno se da cuenta de que cualquiera no valdría para esto… Y de por qué somos tan pocos.

Cuando cae el sol… Se ven cosas. No sé si decir si son reales o no, a mí me lo parecen porque a veces he sentido hasta el peligro inminente de que algo iba a sucederme. He notado su tacto, incluso su aliento, en mi asustado rostro. He tenido malas pesadillas y sé diferenciarlas muy bien de lo que ocurre por las noches. Cuando los hermanos hablamos entre nosotros contrastamos anécdotas y sucesos y casi todos concuerdan hasta en el más mínimo detalle. No contamos nada de esto a nadie. No es que sea un secreto, pero por caridad cristiana deseamos evitar este tipo de… Enfrentamientos, a cualquier otra persona. Incluso los hermanos de otras órdenes desconocen del todo lo que en los cementerios ocurre por la noche. Conocen de la obra del Diablo pero no las cotas que esta puede alcanzar en los camposantos.

Lo de menos son las campanas. Antiguamente, por tradición –y ahora tengo claro que es obra del Maligno- se ataba un pequeño cordel desde el dedo del fallecido a una pequeña campana situada al lado de la lápida, para que si el muerto fuese enterrado en vida, pudiera avisar mediante el tintineo. Por las noches, en horas de completa quietud y ausencia de viento, cientos de campanas doblan a la vez, volviéndose insoportable. Gritos de ausencia, manos tan frías como un témpano de hielo que se apoyan en el hombro y al volver la vista, allí no hay nada. Sombras y oscuras caras que se dejan ver en lo más hondo de la oscuridad. Incluso en la lejanía bastantes veces se pueden ver cuerpos que vagan sin rumbo fijo. Parece una historia de terror, pero todo eso es a lo que nos tenemos que enfrentar a diario.

Pero sin duda el peor día fue cuando vi el cadáver de mi padre levantándose de su tumba tosiendo desesperadamente y echando borbotones de agua por la boca. Mi añorado padre murió ahogado en el mar en unas vacaciones que tuvimos años después de que él abandonara la orden. Tenía el mismo gesto de terror y de agonía que el que recuerdo de su cuerpo recién sacado del agua. Nunca olvidaré las palabras que ese ser mugriento – no era mi padre, el jamás pensaría así – me dijo:

-Todos acabamos aquí.

La Santa Compaña

La Santa Compaña

Mira papá lo que he encontrado hoy en el periódico. ¿En serio hay gente que se cree todo esto? – el niño le entregó a su padre un recorte de periódico algo arrugado en la mano. La noticia no estaba entera:

 Sucesos

De él nunca más se supo hasta que una carta, si es que así se le puede llamar, apareció muchos años después en el mismo lugar en el que desapareció. Su mensaje era corto y conciso, con una letra firme y muy marcada, lejos de cualquier indicativo de malestar mental o peligro inminente. Se podía leer lo siguiente:

He cogido la cruz y ahora, pues, en paz, vago con ellos.

La leyenda, pues ya se ha formado una, dice que Juan Antonio Velázquez desapareció fruto de su curiosidad. Los hechos, es decir, las fuentes policiales, nos cuentan que sus allegados afirman que durante toda la noche estuvo diciendo a todos que escuchaba unas voces a lo lejos, voces tenues pero que llegaban a lo más hondo de su ser. Medio bromeando medio en serio dijo que sin duda se trataba de la Santa Compaña y que, si nadie se atrevía a acompañarle, iría él solo. Al estar todos sus conocidos en un ambiente de fiesta nadie percibió lo peligroso que era salir al bosque solo a esas alturas de la noche, pero lo hizo. Fue en ese preciso instante cuando se tiene la última localización exacta del joven. Los investigadores dijeron que se trataba de una desaparición fortuita tras buscar por varios meses el cadáver de Juan Antonio, pero después del descubrimiento de aquella carta una segunda vía de investigación se abre en el horizonte, el suicidio, algo que podría contemplarse como totalmente real.

Objetivo es el hecho de que un convecino nuestro desapareció hace unos años en mitad del bosque. Ahora, ¿qué quiere creer usted?

-Son tonterías hijo, gente que se aburre y lee estas cosas porque no tienen nada mejor que hacer. La Santa Compaña no existe, es como el coco y todos esos monstruos que yo te decía que existían para que fueras a la cama rápido.

Después de cenar el padre arropó a su hijo en la cama y, tras un sonoro beso en la frente, se acercó a su oído para darle las buenas noches:

-Me dolió mucho pasarle la cruz pero no quería perderte, hijo.

La sombra

La sombra

Realmente hasta el final no supe qué me pasaba.

Había estado todo el día, desde la mañana a la noche, trabajando sin descanso. Cuando levantaba la vista del teclado veía cómo una sombra se meneaba desde la derecha de mi vista hasta la izquierda; apenas duraba un instante. Al principio lo achaqué a la larga jornada laboral y al estrés, la cual apenas me había abandonado en todos estos meses.

Incluso vi esa maldita sombra cuando volví andando a casa. Pasaba a mi alrededor una y otra vez, de nuevo de derecha a izquierda. Lo hacía con total libertad, pasando a través de las personas, sin que nadie más viera absolutamente nada. A veces me parecía entrever una silueta humana con extremidades, y fue ahí cuando de veras comencé a preocuparme y pensar que aquello era algo que iba mucho más allá del mero estrés. No obstante, no dije nada a nadie… Es fácil de comprender, simplemente nadie cree en esas cosas.

Cuando por fin llegué a casa todo pareció relajarse. Pude disfrutar de una cena tranquila y una noche divertida en frente del ordenador. Después de lavarme los dientes y meterme a la cama para leer un poco, el problema surgió cuando al apagar la luz y cerrar los ojos… Seguía viendo aquella sombra, pero ahora esta no se movía. No sé explicarlo bien realmente. Aunque la única luz que entraba a mi habitación era la de una farola a través de la ventana, sentía, más que veía, cómo aquella sombra se interponía entre la luz y mis ojos. Algo semejante a cuando te pones la mano delante de los ojos cuando estás en frente de una luz; no lo puedes ver pero notas cómo la luz es inferior. Pues aquello mismo me pasaba a mí.

Estaba totalmente aterrorizado. No me quise mover un ápice –tampoco hubiera podido ya que el miedo me tenía paralizado-. Durante toda la noche aquella sombra y yo estuvimos mirándonos de alguna manera, pero ninguno quiso ser el primero en moverse. Pareciera que un vivo estuviera velando el cadáver de un muerto. Toda la noche vi cómo aquella sombra permanecía totalmente parada en frente de mi cama. Pasadas muchas horas, todas las que tiene una noche, tan solo me atreví a abrir los ojos cuando vi que amanecía y que de repente la sombra desapareció.

Después de la mala noche pasada me alegré al comprobar que la sombra ya tan solo era un recuerdo. Mis primeros movimientos fueron muy tímidos, como esperando que algo malo me fuera a suceder. Cuando por fin me serené quise pensar, aunque no muy convencido, y con razón, que aquello sería algo relacionado con los nervios, el mal dormir y el estrés.

De camino al trabajo lo entendí todo. Debido a mi sueño llegaba tarde al trabajo. Estaba esperando en un semáforo en rojo y como tenía prisa miré hacia los dos lados, y al ver que nadie pasaba, decidí cruzar. Hubiera sido demasiado tarde si el rugoso brazo de una anciana no me hubiese frenado. A apenas unos centímetros, de derecha a izquierda, un coche rojo a gran velocidad pasó donde yo tendría que haber estado.

Cuando miré a la izquierda para ver la cara de aquella persona, allí no había nadie.