Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Día: 5 de octubre de 2018

Confuso

Confuso

No dijeron nada ni en la televisión, ni en la radio ni en Internet. Yo me enteré porque empecé a escuchar gritos de terror a través de la ventana. Cuando fui a mi cuarto corriendo para ver qué había pasado, no conseguí ver nada, tan solo mucha sangre por la acera mezclada con el agua de la lluvia. Al principio pensé que a lo mejor había habido un atraco muy violento, pero después empecé a escuchar cómo, después de un fuerte golpe en la puerta del portal, algo empezaba a subir lentamente por las escaleras. No solo se escuchaban pasos, sino que empecé a escuchar gritos y súplicas de mis vecinos. Muchos gritos, demasiados, tantos que tuve que taparme los oídos y gritar para mis adentros. Fuese lo que fuese lo que venía hacia mí, no era uno solo.

Esos pasos, muy pesados, como arrastrándose, dejaron de sonar justo en la puerta de casa. No me atreví a mirar por la mirilla, aunque tampoco me hubiese dado tiempo porque de repente eso tiró la puerta abajo sin hacer casi ruido. Era un zombi. Sí, como los de las películas, pero real. Sé que suena extraño decirlo así, pero es que era lo que vi. Echaba baba por la boca, tenía la cara como amarilla y venía hacia mí. No andaba lento, sino que se acercaba a mucha velocidad con sus brazos extendidos para agarrarme. Mi cabeza no dio para mucho más y me encerré en el cuarto. Escuché cómo esa cosa gritaba mi nombre una y otra vez y aporreaba la puerta de mi cuarto. Intenté poner todo lo posible delante de la puerta, pero parecía insuficiente. Después de dar un repaso rápido a todo mi cuarto y pincharme varias veces por los nervios con todo lo que tenía en el escritorio, eso consiguió abrir la puerta.

En ese mismo instante recordé que encima del ropero guardaba una espada de madera, muy dura y pesada, que mis padres me regalaron en un viaje que hicimos a Ronda. Antes de que el zombi se acercase demasiado a mí estiré el brazo con un rápido movimiento, cogí la espada y con todas mis fuerzas le di un golpe en la cabeza. Borbotones de sangre empezaron a salir de la brecha que le hice, pero esto no le impidió intentar de nuevo acercarse a mí gritando mi nombre una y otra vez. Viendo que no paraba empecé a golpearle muchas veces con todas mis fuerzas. Escuchaba los huesos de su podrida cabeza se rompiéndose y cómo su sangre llenaba todo el cuarto de rojo. Finalmente se desplomó en el suelo, agarrándome del cuello de la camisa, con la cara inflamada, un ojo medio sacado y sin apenas poder ver sus rasgos faciales por culpa de toda la cantidad de sangre, huesos y músculos que se habían salido para fuera. Me pude salvar de aquello.

Aunque el doctor me dice que no fue así como maté a mi padre…