Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Etiqueta: Coronavirus

No hay buenas noticias

No hay buenas noticias

Hoy estaba con mis amigos en una terraza, en uno de esos infinitos que el paro te da, una parada técnica para distanciarte de la ansiedad. Dentro de los temas de siempre, bailando de boca en boca, me he dado cuenta de que absolutamente todo lo que comentábamos eran malas noticias. El número creciente de fallecidos por / con coronavirus, la dificultad de encontrar un empleo estable relacionado con los estudios realizados, la increíble y sorpresiva fuerza de Trump…

¿En qué momento nuestras vidas se han convertido en buscar una alegría en un pajar? Cada palabra, cada frase dicha por nosotros demostraba que el mundo que nos rodea ha dejado casi de tener sentido. Nada está en nuestras manos, siento que nuestro futuro no nos pertenece y cada vez se distancia más, formando un horizonte de extrañeza y pena. Las buenas noticias son una anomalía en este sistema depresivo que se ha creado a nuestro alrededor. Poco a poco me voy dando cuenta de que nuestra generación está perdida de forma crónica.

Aunque lo peor de todo ha sido cuando, al pedir de broma que alguien me contase algo bueno que haya pasado recientemente, nadie ha sido capaz de decir nada bueno. Nada. En todo el mundo que nos rodea no hemos considerado que haya ocurrido ni tan siquiera algo mínimamente positivo. La avalancha de noticias negativas hunde a las buenas, si es que las hay. Eso que normalmente sirve como sostén de las ilusiones que van apareciendo por el camino, nos ha sido negado. Después de un buen rato pensando, hemos llegado a la conclusión de que la mayor alegría que hemos tenido últimamente es que a Pablo le ha salido decente una vichyssoise. Bien por Pablo.

Yo, entre laberintos de nauseas y ardores, espero que el omeprazol llegue pronto.

Los sin nadie

Los sin nadie

Estos meses han sido complicados para todos. Lo mejor que te ha podido pasar es no perder a nadie. Se nos ha arrebatado trabajos, oportunidades, vacaciones, momentos y, tristemente, también seres queridos. Nos queda el consuelo de recordarlos siempre, cultivar una parcela en nuestras mentes para guardar su presencia. Necesitamos saber que algo de ellos siempre vivirá dentro de nosotros, o, al menos, ser un reflejo de lo que somos gracias a ellos. Sin dudar el recuerdo es ese rincón que la muerte no puede llegar a traspasar del todo, ese pequeño pedazo de realidad del que somos dueños y señores. Nadie nos puede arrebatar los momentos pasados, y es ahí donde viven los que ya no están. Sin son recordados, en cierta medida, nunca mueren.

Pero esto no siempre es así. Hace poco, mientras comía con mis padres en uno de esos martes que pueden ser jueves aunque en verdad son miércoles, una noticia trágicamente llamativa apareció en la televisión:

Y no supe qué pensar, porque ese consuelo del que hablaba antes, desapareció. Siempre he creído que por muy mal que hagamos las cosas en vida, tendremos unas manos para aferrar fuerte cuando llegue nuestro final. Saber que tu vida ha merecido la pena, que los lloros, riñas y tragedias al final te han otorgado una vida con la gente que más quieres. Tener miedo a esa brecha infinita, no por desaparecer, sino por no volver a gozar con su presencia. Que los que te rodean te hagan sentirte importante. A estas 59 personas nadie les acompañó en la cama. Nadie lloró su pérdida. Nadie les dijo lo realmente especiales que eran. Nadie les recordará. No serán el espejo de un joven nieto o un trabajador hijo. Desaparecerán en un árbol genealógico hendido por el olvido y en su mitad perdido. Su lecho de muerte es una estadística sanitaria ya olvidada. Su lugar de descanso, semieterno. Después de diez años de alquiler deberán abandonar el nicho individual que nunca les ha pertenecido. No se les dejará ni morir en paz. Sufrirán una mudanza eterna y descansarán mezclados con otros de igual condición. Cadáveres errantes rogando ser un recuerdo.

Son los sin nadie, esas personas a las que se les ha negado incluso morir acompañadas. Han tenido que atravesar ese momento solas, abandonadas a su suerte. Acaso lo que haya allí, en lo desconocido, tendrá piedad con ellos. Al menos me queda el respiro de saber que allí son libres. Y pensar que una vez muertos, espere lo que les espere, será mejor que lo que tuvieron en vida… Tal vez lo que la vida les negó, se lo dará la muerte.

Vamos a morir todos

Vamos a morir todos

Tú, el que estás leyendo, yo, el que escribo. Nuestros padres, nuestras madres, la familia querida y la que nos es impuesta. Morirá tu perro, el gato e incluso mi pez, que muere pero no muere porque se muere. Morirán tus amigos, el que se lo merece y el que disimula tanto que parece que no se lo merece, pero se lo merece. Morirán tus profesores, el conductor del autobús, tus compañeros de trabajo y tu jefe. Morirán tus hijos, si los tienes. Se quedará una Tierra baldía al principio, sana y fuerte después. Llegarán otros ‘yos’ y otros tús’, y también morirán cuando les toque. En definitiva, que vamos a morir todos, pero todos todos. No vamos a quedar ninguno de los aquí presentes, acaso nuestro hipotético y frágil recuerdo, que valdrá poco.

Que hay que morirse que si no la vida se queda a medias. Pero, ninguno vamos a morir por un virus con nombre de realeza. Moriremos sin darnos cuenta, de forma anónima. Como una astuta serpiente la muerte se deslizará sobre nosotros, sin avisar. No habrá tambores ni sirenas, tan solo algún lloro con aires de arrepentimiento. Nos iremos con la vida entre las manos, acaso la suya entre mis fríos dedos.