Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Urnas que muerden

Urnas que muerden

Vigilar una urna es como acordonar las raíces de un árbol por encima de la tierra, inútil. Las raíces continúan perforando la roca aunque detrás de ella se encuentre un acantilado y todo acabe ahí. Yo prefiero que los árboles, todos, junten sus ramas y creen un frondoso suelo en el techo para poder estar más cerca del sol, pero eso es lo que yo quiero. Bosques de los jamás vistos, de los que sé que nunca tendremos. No me refiero a un suelo, sino a todos los suelos juntos. Suelos del sur, este, norte y oeste juntos formando un nuevo cielo. Eso es lo que quiero yo, tristemente un solo árbol entre los millones que hay, y ni pretendo ni quiero, porque sé que no puedo, ni debo, acallar al resto. Al final todo lo que veo son mordiscos. Mordiscos que no dejan huella en la piel. La dejan más cerca del interior, donde los fallos son más visibles. Mordiscos que al arrancar la carne dejan visible el cáncer que ocultaba. Y luego el resto de cánceres, listos como ellos solos, verán el ajeno que ha quedado a la vista, y aprenderán de él. Y supongo que así seguirá todo, cánceres ocultos que ya forman parte de nosotros tanto como nuestra piel.

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