Me meto un tiro,
¡Pum!
El eco suena,
¡Pum!
O quizás es el corazón,
¡Pum!
Que todavía sueña.

Etiqueta: Reflexiones

Deseo

Deseo

Llevaba una temporada con el tonto capricho de escribir en un papel un deseo y arrojarlo a las llamas de la hoguera de San Juan. No creo en supersticiones, pero me encanta todo el folclore que rodea a noches como esta, y como de niño no hice nada parecido, siendo el mejor momento para hacer este tipo de cosas, decidí que nunca es demasiado tarde. Y al final lo hice. Lo dejé sobre los tablones horas antes de que ardiera, y a la noche vi cómo entre otra decena de papeles el mío ardía. Hasta ese momento todo correcto, pero me dio por pensar. ¿Y si por alguna casualidad el mío no arde? Y si miles de casualidades dan el resultado de que mi papel, y con ello mi deseo, evitan ser pasto del fuego. Y empecé a preocuparme, como una pequeña obsesión creciente. Y comencé a creer de verdad que mi suerte dependía de un papel pegado a un trozo de cemento. Todo lo que había construido hasta entonces, mis cicatrices y mis recuerdos, estaban sellados en un trozo de libreta arrancado por más que una acción, un espasmo. La idea de que decenas de sueños se hicieran realidad –sumiéndose en el fuego y desapareciendo, es bastante irónico- y el mío permaneciera intacto entre las ascuas, me hacía enfermar. Un pequeño tumor incrustado en mi mente, que me hacía pensar que mi mala suerte haría no arder un simple papel en un sol.

Pero da la casualidad de que a la noche siguiente, en la misma zona donde dejé el papel, ahora rodeado de cenizas, una vez apagada la hoguera del solsticio, un pequeño renglón de fuego había renacido. Cuando todo estaba más que mojado y ahogado, en esa misma zona apareció una pequeña llama. Y qué pensar. ¿Un fuego distinto para mi futuro? Un cambio de planes por parte de los de arriba tal vez. Si esto no hubiera sucedido quizás seguiría atrapado en el torbellino de dudas, pero ese fuego tenía que aparecer, justo en ese mismo punto. El único año que arrojo un deseo, en ese mismo lugar persiste una llama por más de 24 horas, habiendo sido ya apagada. Da la sensación que eso que negamos que exista se empeña en ocasiones en que creamos fervientemente en ello. Sigue sin ser así, pero la luz se ha encendido.

Aunque quizás solo ardió un cadáver.

Reflexiones desde mi escritorio

Reflexiones desde mi escritorio

Solo tengo quince minutos para escribir algo, mira que es triste. Aunque sé que más valen estos quince minutos que las horas de estudio. Descanso escribiendo. Más ha valido mirar cómo las nubes esquivaban Logroño que el estudio. Me duelen los ojos por el estudio. Y el dedo. Pero eso no sé de qué cojones es. Tiene gracia porque seguro que del derecho. Quizás envidia tanta letra y el pobre quiere escribir y no tanto agarrar un libro. Sé que debería haber empezado antes, mucho antes, quizás meses, pero en realidad estoy tranquilo. A lo mejor Robert Johnson y yo somos hermanos de pacto. Él genio del blues y yo artista de lo irrelevante. Estoy seguro de que en el cruce de caminos yo me di un golpe contra la pared infernal y pedí cualquier tontería, como siempre. Tengo mucha experiencia en golpearme en la cabeza y luego no saber nada.

Soy un burgués del dolor. Quiero sentirlo en cada centímetro de mi cuerpo aunque luego reniegue de él, anhelo acumular dolor, que seguro luego puedo aprovecharlo.

Eso es mentira, no os creáis. Pero por no poner que estoy harto de mil dolores insignificantes me hago el poeta y me quedo más tranquilo.

Siempre he querido cantar

Siempre he querido cantar

En verdad siempre he querido cantar, pero supongo que solo tengo voz interna. Ojalá se pudiera gritar en los versos y saltar en las metáforas… Pero cuesta hacerlo. A veces parece un poco vacío todo esto, lo que se puede conseguir con una nota es difícil hacerlo con mil cuatrocientas treinta y tres palabras. Y cuando lo consigues por desgracia descubres otras tantas palabras iguales; pero notas solo hay una.

En la música se nota el silencio, se puede jugar con él como con el viento, pero escribiendo a veces te lleva volando como en un huracán. Y sinceramente, no es lo mismo romper a golpes un bolígrafo y un cuaderno que una guitarra.

Además la arrogancia interna de un escritor es pésima. No se puede comparar el placer de mil voces al unísono recorriendo tus entrañas a saber que te leen bajo la luz de una lamparilla en la cama. Tampoco puedes saltar sobre tus lectores, sería delito.

Además la literatura va a morir, pero la música, no sé por qué, siempre la necesitaremos.

Chris Cornell

Chris Cornell

No sé qué pasaría por tu cabeza en ese trágico momento… Pero eras el último a quien me imaginaba hacer eso. No puedo juzgarte por lo que has hecho porque realmente nadie sabe cómo se encuentra una persona por dentro, y todos somos capaces de todo, pero nunca me hubiera imaginado algo así contigo. Has estado en mi vida durante mucho tiempo, y tu música forma parte de mí tanto como cualquier ser querido. Has pasado a formar parte de una lista de músicos que ojalá no existiera, pero que no sé por qué es una realidad que parece que crece año tras año. Pareciera que aquello que creasteis, tan magnífico y mágico, os haya pasado factura a todos. Quizás el haber creado música tan increíble trae con ello malas consecuencias… No lo sé. Intentar buscar un sentido a tanta muerte a veces es difícil. Nos quedará tu música, eso seguro, pero si ya tenía un sentido trágico implícito… Ahora será imposible escucharla sin un sabor amargo en la boca recordando tu final. Descansa en paz Chris Cornell…

Grunge is not dead

Cojín verde

Cojín verde

Uno de mis primeros recuerdos es un enfado. Absurdo, infantil, tonto, egoísta. Una niña me había quitado mi cojín verde, que era casi mi amigo. Yo creo que hasta le hablaba. No importó que esa niña fuese la que me gustase, era mucho peor que hubiera cogido mi cojín verde sin mi permiso. Era mío. No me hizo falta comparar mi enamoramiento infantil con mi egoísmo; la elección ya estaba hecha. No importó que ella se hubiera olvidado su cojín para la siesta y cogiera el mío para dormir. Era mío. Al despertarme lo único que me importaba es que mi cojín verde estaba sirviendo de apoyo a otra persona que no era yo, y eso mi mente pueril no lo aceptaba. Era mío. Me acerqué, y estando ella aún dormida, lo cogí con todas mis fuerzas. El cojín era mío mío mío. Qué curioso que uno de mis primeros recuerdos sea un acto de egoísmo. Y luego algunos dicen que no somos egoístas por naturaleza… Quizás no había maldad en mi acto, pero sin duda sí un egoísmo profundo. De acuerdo que inocente, pues no sabía discernir que eso era algo malo, pero egoísmo a fin de cuentas.

La familia

La familia

¿Por qué es tan tabú el tema del cariño hacia la familia? ¿No puedo despreciar abiertamente a alguno de los miembros de mi familia -si así lo merece- tal como puedo despreciar a otros conocidos no consanguíneos? Por qué la sociedad obliga al individuo a guardar cariño por todos y cada uno de los familiares con los que les ha tocado lidiar, incluso cuando algunos puedan llegar a ser personas despreciables. Por qué debo tener más estima hacia un tío al que apenas veo una vez al año que a un amigo que desde los tres lleva a mi lado tanto en las buenas como en las malas. ¿Tal es la fuerza de la sangre? Si ya el concepto de «familia» se está viendo claramente desfasado a medida que pasan los años, por qué esa sensación de mandato frente al cariño familiar sigue estando vigente

Porque lo han dado todo por ti, dicen unos, cuando es al completo mentira. Mi padre y mi madre han sido las personas que han dado todo por mí -en cada caso serán las personas que le han criado a uno-, mientras que ese familiar en cuestión no ha hecho nada para convertirme en lo que soy. Es posible que el chófer que conducía el autobús cuando iba al instituto haya hecho bastante más por mí que ese familiar, y ni tan siquiera conozco su nombre. Y no por ello ese familiar tiene que ganarse mi desprecio; no puedo pretender que yo le importe por el mero hecho de compartir parte de sangre. Mi familia son los que han estado siempre a mi lado, los que han ayudado a formarme como persona, no los que comparten un árbol genealógico que me es lejano. Mi familia también son mis amigos, quizás la mejor familia, pues son los que elegimos.

«La familia siempre está ahí» muchas veces se puede leer. ¿Acaso los miembros de una familia son seres perfectos, más parecidos a un dios que a un mortal? Un pariente puede ser tan peligroso y tóxico como cualquier otra persona, no por compartir sangre va rebajar su maldad hacia a ti. Cojones, si hasta ciertas películas han hecho más por mí que algunos familiares. Películas, libros, series, videojuegos, a todos nos han aportado más experiencia y pensamientos que muchos familiares, sea por las causas que sean. Y no por ello quiero decir que los familiares lejanos sean poco importantes, no, perfectamente un primo segundo puede ser más importante que un padre si aquel ha estado más presente en tu vida que este. Ni tampoco quiero decir que todas las familias sean así, conozco muchas donde el amor mutuo es sincero y va más allá de la sangre. En síntesis; la sangre no indica nada, son los hechos, la cercanía y el cariño mutuo lo que representa la verdadera familia. No tengo por qué respetar a un familiar que con sus ideas atenta directamente contra mí.

Y no hago mención a casos extremos por no caer en el sensacionalismo, pero todos sabemos a lo que me estoy refiriendo. Y sé que parece algo lógico, que todo el mundo sabe que la familia no es algo inamovible, pero por mis últimas experiencias parece que aún hay muchas personas que le siguen dando demasiada importancia a la sangre.